Asimilamos que la fachada es de protección total, absoluta e inmodificable y decidimos que así sea. El pésimo estado de la fachada nos lleva a reproducir con las mismas técnicas cada uno de los elementos de la ornamentación historicista y generar tratamientos y técnicas que envejezcan un edificio nuevo. Diluciones de polvo, veladuras, picados, destonificaciones, deformaciones, etc. Nadie sospecha que la fachada es absolutamente nueva, fue imposible recuperar los elementos ornamentales de bajísima calidad completamente deshechos y que hubo que reproducir como consecuencia del criterio proteccionista.
El interior había de realizarse manteniendo la posición de la escalera y el patio de luces como únicas condiciones junto con la fenestración de la fachada ya impuesta.
Con estas condiciones de partida se ejecuta un interior que carece de toda ornamentación, de inspiración minimalista y que contrasta con el exterior ornamentado e historicista del propio edificio.
No hay referencias de ese exterior en el interior ocultándose tras la máscara de la fachada.
Del edificio de origen se mantienen y exhiben en el interior los únicos vestigios de expresión contemporánea del momento de su construcción, los pilares metálicos empresillados toscos y deformados que se muestran ahora con refuerzos de acero moderno calibrado.
Luz como principal argumento. Eliminar en la práctica totalidad de las horas de trabajo el uso de la iluminación artificial como medida para el bienestar sensorial y de los trabajadores y medida de auténtico ahorro energético.
La presencia de la luz se potencia con unos interiores limpios, muy claros, poco absorbentes y que eliminan los reflejos en las pantallas de ordenador.
La iluminación natural se capta y se manipula mediante el uso de vidrios deslizantes tamizados, ocultos tras las estanterías que dan profundidad al hueco.
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